Un muchacho, de unos dieciocho años, descansaba tirado en el sofá. Miraba la tele, pero realmente no estaba prestando atención. La voz de su hermana menor le saco de su ensimismamiento.
-Llévale esto a Raúl.
Parpadeo y se levanto del sofá. Su hermana no solía hablar mucho. Había llegado a tirarse semanas sin oírla decir absolutamente nada. Así que en cierta forma, cada palabra que decía era importante. Se acerco a la cocina, donde estaba ella, y la observo un momento.
Era un poco alta para sus quince años, aunque aun estaba casi sin desarrollar. Su cuerpo infantil estaba cubierto con un vestido blanco, largo y sin pretensiones. Poco mas que una tela cosida para no caerse. Pero lo que mas llamaba la atención era su cabeza. Hacia dos semanas, ella había mostrado un largo pelo negro. Pero un día, sin mas explicación que "era una molestia" se había rapado la cabeza con una maquinilla de afeitar.
Suspiro y se acerco a recoger el plato de sopa que había servido. Siempre había sido rara, pero no tenia problemas para aprender o hacer cosas. Si solo hablara mas, o no tuviera aquella extraña mirada, seria normal.
-Cuidado no te quemes - le dijo antes de darle un beso en la sien. No esperaba respuesta. Se dirigió a la habitación que le habían dejado a su primo, no sin cierto cansancio.
Había llegado el día anterior, balbuceando algo sobre un gigante y una demonio. Posiblemente se hubiera metido algo. Era un chaval problemático. Incluso había estado un par de veces en el reformatorio por robos. No seria de extrañar que le hubiera dado por probar las drogas.
Entro sin llamar. Era su casa después de todo.
Entro sin llamar. Era su casa después de todo.
Allí estaba Raúl, tumbado en la cama, encogido y asustado. Al menos cuando le miro, le reconoció y fue capaz de sentarse y mantener una conversación coherente. Era un comienzo, pero todavía no le interrogo sobre lo sucedido.
Era un caso perdido, y lo único que le impulsaba a seguir cuidando de el, era el lazo familiar. De no ser por eso, le hubiera abandonado hacia mucho. Por mas oportunidades que se le habían dado, Raúl seguía atracando, intimidando y quemando cajeros y papeleras. Ese tipo de gente estaba mejor muerta.
Pero era familia.