jueves, 3 de junio de 2010

Falso Prometeo (Huntress)

Prólogo


“Quien iba a pensar que mi última obra, la cual haría pasar mi nombre a la posteridad, se pudiera convertir en la mayor aberración que mis manos pudieran crear. Nunca debí dejar que escapara de mi control.


Aún recuerdo como contemplaba aquel bloque de mármol. Observando cada veta, cada granulo. Adentrándome en su interior imaginando la forma que escondía y buscando un ápice de inspiración. ¿Qué podría tallar? ¿Un hombre?…Si…y quizá usar cánones griegos fuera lo mejor. ¿Seria una figura estática o con movimiento? No lo Sabía por aquel entonces, y creo que nunca debí haberlo sabido. Parece ser que las musas quisieron cobrarse su venganza o simplemente que mi nombre no era digno de ser recordado. Acaricie con mis marchitas manos el gélido y blanco mineral. Cerré los ojos para sentir aun más su lisa superficie y algo cambio en mi interior. Cogí mis herramientas con rapidez, tenía que comenzar. No necesitaba bocetos, pues no sabía que pasaba por mi mente. Simplemente tenía que esculpir.”


Allí estaba yo, frente a mi obra recién finalizada. Si alguna vez contemple la perfección en estado puro, tubo que ser esa. Me acerqué a tocar lo que con mis manos había creado. Nunca un hombre podría poseer tal belleza. Nunca nada podría ser tan simétrico. Me encontré temblando de placer ante mi creación. Besando sus gélidos labios de piedra, y acariciando su perfecto cuerpo. ¿Aquello era amor? No, no pudo serlo. Exhausto como estaba, quedé dormido a los pies de mi obra. Sintiéndome protegido, y regodeándome en mi propio ego de artista.


Una palabra fue la que me condenó antes de cerrar mis ojos y caer presa de Morfeo. “Adam”.


Durante la noche, aquel ser; aquella pesadilla debió cobrar vida. Otorgado de aquel nombre como fue e iluso de poseer una identidad. Al despertar, lo vi contemplándome, agachado junto a mí y sentí su mano posarse sobre las mías. Tan gélidas como habían sido cuando la vida no recorría su cuerpo.


Un grito de horror salió de mi boca. Y el instinto de huir se adueñó de mi cuerpo. Después entré en la cordura, y la expectación y la curiosidad se adueñaron de mí ser. Contemplé a aquel ente. Sus ojos parpadeaban carentes de vida. Su cuerpo seguía teniendo la apariencia de la dura piedra, pero era elástico igual que el mío. No expresaba emoción alguna, y ante mi sorpresa descubrí que aquel objeto inducido a la vida, imitaba sonidos.


—Adam…—Aquella palabra salió de sus labios usando mi voz.


¡Que terrible emoción sentí! Sonreí, y él imitó mi sonrisa, caminé y el me imitó. Todo parecía detenerse en aquel lugar. Yo era creador de vida, y yo era su poseedor.


En los meses siguientes me encerré en mi estudio. Enseñé a hablar a aquella criatura que parecía memorizar cualquier cosa. Le mostré las expresiones humanas. Aprendió a leer y a escribir, y en dos meses comenzó a usar la razón, a preguntar cual infante e incluso a buscar sus propias respuestas. Había llegado el momento de mostrarle el mundo exterior.


Recuerdo aquel trece de diciembre. La gente se mostraba alegré, y se podía entrever el absurdo espíritu navideño que yo tanto detestaba. Maquillé a mi criatura y la vestí, pues debía darle un aspecto humano. Cosa que no era, era una piedra dotada de movimiento e inteligencia, pero no era humano. Y eso fue lo que más me hizo sufrir en aquel periodo en el cual pude mantenerlo a mi lado, disfrutando la compañía que me proporcionaba. Pues durante mi larga vida me dediqué a alejarme de los que me amaban, de los que me soportaban, e incluso, de los que me odiaban. Pero eso es algo, que deberé contar más adelante, o quizá nunca…


El contempló el mundo con sus ojos, con aquellos ojos sin vida. Pudo ver como las personas se relacionaban entre si, como compartían gestos, caricias, y palabras igual que nosotros lo hacíamos. No tardo mucho en hacerme ver su deseo de ser participe de aquello y a la primera salida se sumaron incontables más. En las cuales mejoró su vocabulario y su expresión para comenzar a relacionarse con otros seres. Los cuales no tardaban en mostrar su desconfianza. Sus ojos carentes de luz en parte lo delataban, las personas se alejaban de él con prisa, y allí quedábamos ambos, yo sonriente, y el profundamente decepcionado.


Tras aquellas lamentables primeras experiencias, mi criatura pareció aislarse en si misma, comenzó a sufrir periodos de silencios, en los que miraba al vacío. Me miraba fijamente sin darme ninguna señal de que sentía mi presencia o si en realidad me miraba a mí. Como envidiaba en aquel entonces no poder ver cos sus ojos.
Creo que fue en aquellos tempranos momentos cuándo se dio cuenta de que en realidad no me necesitaba. No necesitaba compañía, ni vivir en sociedad y su sustento era simplemente el conocimiento del saber.

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