jueves, 30 de enero de 2014

El cliente.

Lo siento. Mala racha  de cosas. Ya se que no es excusa pero vamos, que las actualizaciones se van a resentir un poco. Que poco he "durao" con la constancia.

Era un hombre de mediana edad, alto, espigado. Vestía con un traje de inmaculado blanco, haciendo girar un bastón con empuñadura de marfil y oro, mientras silbaba una canción infantil. Todo en el tenia aspecto de caro. El anillo de su dedo, el reloj de su muñeca, la ropa nueva con la que se cubría el cuerpo, los zapatos que llevaba. Todo ello daba la sensación de poder alimentar a varias familias de clase media si se vendía. Caminaba dando zancadas despreocupadas, alegre y tranquilo. La piel morena contrastaba contra el blanco impoluto de la tela, así como el gris de la calle. Gris el asfalto desgastado. Gris el cielo encapotado. Grises los edificios ajados. Gris la acera vieja y rota. Grises las personas con las que se cruzaba, que le dedicaban miradas de desconfianza y de estar sopesando si valdría la pena atacarle y robarle lo que llevara encima.

Grises también los ojos con los que se encontraban los mas atrevidos. Grises como el acero de una espada, e igual de penetrantes.

El hombre se detuvo en el edificio mas viejo, de la calle en peor estado, de la zona mas pobre de la ciudad. Suspiro y negó con la cabeza con una sonrisa.

-Este hombre... - dijo para si, antes de llamar al telefonillo. Lo único que tenia aspecto de nuevo en aquel edificio de ventanas rotas, y fachada que se caía a pedazos. Espero unos momentos, antes de que le respondieran.

-¿Si? - sonó la grave voz de Abel Wood al otro lado.

-Buenos días ¿Podemos hablar? - pregunto alegremente.

Toda la respuesta que necesito fue el sonido de la puerta desbloqueándose frente a el. Abrió y por primera vez su sonrisa se torció un poco al ver el suelo del interior. Estaba incluso mas sucio que el de la calle. Resoplo con desdén y trato de no pensar en que demonios estaría pisando, mientras entraba mirando al frente. Chasqueo la lengua al ver que no había ascensor. Como no. Miro con cierta desconfianza las escaleras destartaladas, que parecían que se derrumbarían en cuanto pusiera un pie en ellas. De hecho, un tramo de la barandilla estaba ya en el suelo, oxidado y retorcido. Tomo aire profundamente y empezó a subir, paso a paso, atento a cada crujido de los pequeños escalones, aferrando con fuerza su bastón hasta que los nudillos estuvieron tan blancos como la  manga de su traje. Se tomo un descanso en el primero, y miro hacia arriba.

-Maldito Abel... - murmuro para si, convencido de que lo había hecho aposta.

Para cuando llego al tercero, el piso de Abel, su traje blanco ya no era tan blanco. Se había manchado con la barandilla metálica y oxidada, y le había caído pintura oscura del techo. Ademas, en un momento dado había tropezado y por poco caía por el hueco de la escalera. Se limpio lo mejor que pudo mientras se dirigía a la puerta. En cuanto la golpeo, esta se deslizo hacia atrás mostrando el vestíbulo. Estaba abierta.

Paso a la casa, con nada mas que lo necesario, sin ningún cuadro ni adorno, ni nada superfluo.

-¿Señor Wood? - llamo, notando las manos húmedas, y todos sus sentidos alerta.

Una enorme y endurecida mano salio, aparentemente, de la pared. El hombre soltó un chillido, saltando hacia atrás y esgrimiendo el bastón como si fuera un arma. Tardo un momento en darse cuenta de que la mano era la del hombre que estaba buscando, y que le estaba tendiendo una taza de café. La acepto intentando tranquilizarse.

-Solo, sin nada de nada ¿verdad? - pregunto el gigantesco hombre, antes de que su brazo desapareciera.

Su invitado avanzo unos pasos, descubriendo la puerta de la cocina, que quedaba oculta al quedar en un extraño desnivel de la pared. ¿Era eso un entrante, o es que el vestíbulo y ese pedazo del pasillo estaba en un saliente?
Se obligo a apartar aquella estúpida duda de su mente y entro en la cocina. De nuevo, lo básico e indispensable. Cocina de gas, nevera del siglo pasado, una mesa de madera que necesitaba un buen barnizado, y un par de sillas viejas. Al menos las sillas si parecían de madera solida y resistente.

Y en mitad de la cocina, apoyado en la pared, en calzoncillos, sin afeitar y con el largo pelo revuelto, estaba Abel Wood con otra taza de café.

-Tiene...buena memoria, señor Wood - quiso iniciar una conversación, completamente descolocado. ¿Que clase de hombre recibía a un invitado de aquella guisa?

-Solo para algunas cosas - respondió su interlocutor antes de darle un trago a su taza.

Hubo un instante de silencio.

-Eh... su casa es muy... pintoresca - intento ser amable el hombre de blanco.

Wood bostezo sin cortarse un pelo.

-Corta el rollo, Ricardo - le pidió con tono aburrido, antes de rascarse el pelo revuelto - Si estas aquí, solo es por una cosa.

Ricardo rió aparentando despreocupación y se encogió de hombros.

-Directo a los negocios, como siempre, señor Wood... - dijo antes de sentarse en una de las sillas con una enorme sonrisa falsa. - Muy bien... hablemos de negocios.

sábado, 18 de enero de 2014

El enfrentamiento.

Y aquí esta la razón por la que me detuve en ese punto el capitulo anterior. No estoy demasiado contenta de como me ha quedado... pero bueno. Hay que actualizar, y ya iré mejorando. Nota graciosa. El corrector me corrige "Abel" por "Apple".

Opiniones, comentarios, criticas y demás son bien recibidas. Si las dejáis, claro. Si no, no. 


Se detuvieron a la sombra, bajo el toldo de una tienda. Jesica se estiro y aprovecho para mirar los precios en los que los muchachos les alcanzaban. Abel espero tras ella pacientemente, cruzado de brazos. Como si todo fuera algo casual y normal. Dejó que sus perseguidores le rodearan, y cuando sacaron las navajas, se encaro con el que parecía mayor. Ni si quiera le llegaba al pecho.

-¡Eh tu! - le increpó el chico, sosteniendo la navaja con el brazo alargado hacia el. La adrenalina corría por sus venas, haciendo que le sudaran las manos. Su nerviosismo había estado creciendo mientras le seguían esperando su oportunidad, y ahora parecía apunto de estallar.

-¿Si? - respondió el enorme hombre con toda la calma del mundo, como si no estuviera rodeado de varios chicos armados y dispuestos a apuñalarle. O como si el hecho no fuera más relevante para el que un bicho del suelo.

-¡Danos la pasta! - le exigió el adolescente, agarrando con mas fuerza la navaja. Le cabreaba. Le cabreaba aquella mirada tranquila. Le cabreaba que no hubiera descruzado los brazos. Le cabreaba que no se alterara lo mas mínimo. Que pareciera que no le importase que le estuviera amenazando. - ¡Vamos! - le metió prisa. Le apuñalaría de todos modos. Lo decidió en un instante, manteniendo aquel duelo de miradas con toda su rabia.

-No - respondió Abel. Y eso enfureció aun mas a su atracador.

Odiaba a aquel tío. ¿¡Quien se creía hablándole así!? Como si fuera un crió que tiene una rabieta. Era un prepotente. Uno de esos que se creían que todo lo sabían, que podían juzgar todo lo que hacia y decía.

-¡Dame la pasta o te saco las tripas! - le espeto. Sus compañeros dudaron, un poco atemorizados por la situación. Ninguno de ellos tenía pensado realmente hacer daño a aquel hombre. Solo querían algo de pasta. Comprar alcohol, maría… esas cosas. Pero aquello parecía que iba en una dirección que daba miedo. - ¡Puedo hacerlo! ¡Y como soy menor no me harían nada, vejestorio!

-Tal y como sujetas la navaja, no creo que pudieras clavársela ni a un elefante.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Sin pensarlo dos veces, el chico se dejo llevar por la rabia y atacó, avanzando con la navaja por delante.

Abel le desarmo de un manotazo, y le agarró del otro brazo para impedir que se fuera al suelo tras chocar con el.
Se hizo el silencio. Sus compañeros, incrédulos, bajaron las armas lentamente, mientras su supuesta víctima les miraba interrogante. No con preocupación, si no simplemente con curiosidad. Como preguntándoles si iba a tener que hacer lo mismo con ellos, pero sin preocuparse realmente por si le atacaban. Podía con ellos. Algo dentro se lo decía cuando le miraron a los ojos. No podían enfrentarse a ese tipo. Simplemente estaba fuera de sus posibilidades.

-¡Eh! ¡Cobardes! - les acuso el muchacho que aún estaba sosteniendo a Abel - ¿Que estáis haciendo?

-Lo siento Raúl… - se disculpó el más joven, antes de guardarse la navaja y salir corriendo. El resto del grupo lo imitó, dejando a los tres a solas.

No se lo podía creer. Le habían dejado solo. Solo. ¡Cabrones! ¡Hijos de puta! Después de todo lo que había hecho por ellos, ¿así se lo pagaban? Se revolvió, intentando soltarse, pero aquel hombre tenía un agarre de acero. Sus dedos no iban a moverse.

-¡Suéltame! - le ordeno al enorme hombre, buscando frenéticamente su navaja. Le costo, pero la vio a varios metros, en el suelo. Lejos de su alcance.

-¿Quieres dejarte los dientes en el suelo? - pregunto Abel con tranquilidad, lanzandole una mirada severa. Después, miro a su acompañante, que le miraba con reproche. - ¿Que? - pregunto desconcertado.

-Eres increíble… - protestó la mujer con un mohin de disgusto - Te amenaza, te intenta robar, te ataca… ¿Y ni si quiera vas a darle una paliza? ¿O a joderle el cerebro?

Abel frunció el ceño, lanzandole una mirada molesta y enfadada.

-No - fue su respuesta seca y cortante.

Aquello era el colmo. No solo le juzgaba. No solo le humillaba. No solo hacia que sus compañeros le abandonaran. Encima, le ignoraba. Iba a matarle. Si tuviera una pistola, le dispararía ahora mismo a la cabeza. Hasta quedarse sin balas. Para dejarle muerto y bien muerto. Si solo tuviera un arma de verdad…

Parpadeo al darse cuenta de que le había soltado en cuando se había quedado quieto. Levanto la mirada, solo para ver que aquel tío le había dado la espalda. La rabia volvió a bullir en sus venas. Salto a por su navaja, con intenciones de atacarle por la espalda.

En cuanto sintió los dedos cerrarse entorno al metal sonrió, y embistió como un toro, usando toda su fuerza, pretendiendo clavar la navaja tanto como pudiera.
Se detuvo a media carrera.
La mujer, mas baja incluso que el, se le había puesto en medio. Sus ojos castaños tenían una mirada que le taladró el cerebro. No podía moverse. No podía gritar. Una presión cada vez más fuerte se dejaba sentir en el centro de su cerebro. En un segundo, la cabeza le iba a estallar. Ni si quiera podía preguntarse que pasaba. Solo sentir miedo y dolor, mientras el mundo entero desaparecía, desdibujándose.

Fue vagamente consciente de oír la grave y potente voz de bajo del hombre. Cuando se recuperó, estaba en el suelo de rodillas, con la mirada en el suelo, temblando y sudando. Y no había ni rastro de aquellas dos personas. Tragó saliva, mirando alrededor, aterrorizado como un crió. Tardó todo un minuto en lograr ponerse en pie, y otro más en emprender el viaje hacia su casa, confundido y desorientado.


Jesica caminaba encogida junto a Abel, con un brazo doblado contra el cuerpo, mirándole de cuando en cuando con miedo y sin atreverse a decir nada. Parecía que lo tuviera lesionado.  No tentaría mas a la suerte. No todos los días se podía ver a Abel Wood en acción. Y aún menos, contar que te habías enfrentado a el.


lunes, 13 de enero de 2014

La reunion

La verdad es que esto me esta gustando. No tengo nada planeado, solo escribo y sigo la historia como sale. Y procuro no imaginarme nada, por que una vez se lo que va a pasar pierdo el interés y las ganas de escribir. Hasta que coja un horario, y cierta disciplina, es mejor que tenga ganas. Este es un poco mas largo que el anterior. De hecho, pensaba seguirlo pero me he dado cuenta de que entonces quedaría excesivamente largo. No estoy muy segura de haberlo dejado en buen sitio pero es lo que hay.

En fin, tomatazos, halagos y comentarios serán bien recibidos.


Llamaba la atención. Lo sabia. Era un hombre de dos metros, con bíceps mas grandes que la cabeza de más de uno y vestido con ropa desgastada, que parecía de segunda mano. ¿Como no iba a llamar la atención? Encima en aquel mar de gente que se movía a su alrededor. No le gustaba estar entre tanta gente. No es que odiara las multitudes, pero no eran santo de su devoción. Y allí estaba, en mitad de una con el sol cayendo perpendicularmente sobre el asfalto, iluminando los edificios de oficinas grises que tenia alrededor.


Algo incómodo, se deshizo la coleta y volvió a hacérsela, sin apartar su ancha espalda de la pared. Miro a un lado de la calle, y luego al otro. Veía muchas cabezas, pero no la que esperaba. Resoplo, mirándose las botas y luego al frente, con el ceño fruncido. ¿Donde se había metido? Por enésima vez en los últimos diez minutos, miró su reloj de pulsera. Era lo único de su vestuario con aspecto nuevo. E incluso, y contra todo pronóstico, era caro. El platino resaltaba contra su piel morena, lanzando algún destello cuando el sol le iluminó. Negó para si con la cabeza, bajando el brazo y la manga, volviendo a ocultarlo.


Frente a él, al otro lado de la carretera, unos chavales habían visto el reloj. El más joven no debía de haber cumplido aún los catorce, y el más mayor no superaba los diecisiete. Lo hablaron entre ellos, y valoraron sus opciones. El reloj era valioso. Pero, aquel hombre, enorme y claramente más fuerte que todos ellos. Aunque contaban con la superioridad numérica, y con sus navajas de mariposa, no terminaban de estar seguros si podría intimidarle lo bastante para que les diera aquel reloj. O si conseguirían darle un navajazo antes de que les partiera las costillas a alguno de ellos.


Mientras tanto, el hombre al que pretendían atracar continuaba esperando. O mas bien, desesperado. La siguiente vez quedarían en un bar o en un parque.


-Siempre igual… - protesto para si - Siempre tarde… - se apartó de la pared y volvió a mirar a su alrededor.


La vio cuando faltaba menos de un metro para que le alcanzara. A pesar de que la mujer sonrió, el pareció querer asesinarla con la mirada.


-Llegas tarde - le echó en cara.


-Perdone que no todos tengamos esas largas piernas, Sr. Wood. -respondió ella con cierto humor ácido, sin detener su caminar.


El hombre trato de caminar mas o menos al ritmo de su acompañante, pero era difícil. El media dos metros. Ella apenas sobrepasaba el metro y medio. Tenía que hacer un gran esfuerzo para caminar despacio, ya que una sola de sus zancadas, eran tres o cuatro pasos de ella.


Pero ese no era el único contraste entre ellos. Donde el tenia el pelo negro, largo y atado, ella lo tenía corto, rubio, suelto y con un pedazo teñido de rosa casi fluorescente. El era de rasgos toscos y duros, bastante poco atractivo, y ella de rasgos dulces, redondeados y atrayentes. El iba vestido con ropa desgastada, algo descolorida, ella iba vestida con ropa nueva de colores llamativos.

También la actitud era opuesta. Mientras ella caminaba gesticulando y sonriendo, el lo hacia con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos.


-Así que vas a coger un aprendiz - comentó la mujer despreocupadamente, mientras se movían por la ciudad bañada por el sol.


Wood la miro.


-¿En serio? - pregunto, incrédulo - ¿Vamos a hablarlo aquí, en la calle, a plena luz del sol?


-Claro. -respondió la mujer despreocupada - No tenemos por que esconderlo. - aseguro. - ¿O es que esperabas que te llevara a cenar con velitas primero? - añadió antes de reírse.


-Uno pensaría que hablar de espíritus animales, poderes psíquicos, reencarnaciones, vampiros y una organización desconocida para la mayoría de la gente, entre otras, se haría en privado. No en mitad de la calle - dijo en tono de protesta. Era lo lógico al fin y al cabo.


-Uhh… ¿Somos una organización? - quiso provocarle la mujer, antes de reírse suavemente al verle poner los ojos en blanco de la exasperación - Tranquilo, grandullón. Tampoco es que seamos un secreto. No nos escondemos. Solo es que no nos conocen.


-Y si nos conocieran nos catagolarian como una religión o una secta - añadió Wood negando con la cabeza.


-Por que no se creerían la mitad de las cosas que… - empezó con cierto desdén - ¡Oye! - protesto tras un momento - ¡No me cambies de tema! - le recrimino, dándole un manotazo en el costado - Tu. Aprendiz. ¿Como lo vas a hacer?


-Yo que se… - le respondió con desgana. Sabia que estaba allí para hablar de eso, pero había acudido a regañadientes. No terminaba de gustarle la idea, mucho menos que se metieran en ello. Ya decidiría el como se las apañaría.


-Siempre puedes buscar casos de poltergeist - sugirió la mujer alegremente - Ya sabes, la mayoría de los casos son críos o adolescentes que…


-No - la interrumpió Wood - No pienso tratar con un criajo con problemas emocionales o mentales. Bastante trabajo tendré ya.


-Quejica - le acusó su interlocutora - Supongo que también te puedes poner a buscar a alguien que tenga demasiados alumnos y…


-De eso nada - refunfuño el enorme hombre, de nuevo, interrumpiendo - La mayoría de los críos de las “escuelas” - dijo haciendo el gesto de entrecomillar con las manos, aunque para eso tuvo que sacarlas de los bolsillos. - tienen el cerebro lavado.


-Y para eso mejor tener un chaval en blanco y ya lavárselo tu ¿no? - se metió un poco con el su acompañante. - Pues si no vas a investigar los casos probables para descubrir a alguien, ni vas a pedirle a alguien que te ceda a uno de sus alumnos… ¿Que vas a hacer? - pregunto, sumamente curiosa.


-No tengo ni idea… - respondió soltando un suspiro de resignación. - Por de pronto, supongo que ocuparme de esos chicos que nos están siguiendo - añadió tras un momento.


-Ah, así que te has dado cuenta - dijo la mujer divertida. - Empezaba a pensar que habías perdido facultades. Como te estas haciendo mayor…


-No soy tan viejo - protesto Wood, para mayor diversión de su llamativa acompañante - Ahora, si no te importa Jesica… ¿Que te parece si paramos en algún lado? No me gusta que me sigan.

Jesica siguió riendo, mientras se apartaba algunos mechones rosas de la cara. Esperaba ver algo más que un poco de intimidación física. Una no podía ver en acción a Abel Wood todos los días.

martes, 7 de enero de 2014

El hombre

Bueno, gente... pues parece que he cumplido. Al menos por esta semana. Quizá hasta haya otra actualización, que esto me ha quedado corto. Ya sabéis, cada comentario, critica, tomatazo y aplauso son bien recibidos.




De noche, los pasos resonaban en la calzada. Las nubes, de un artificial anaranjado por las luces de la ciudad, cubrían el cielo nocturno amenazando con una tormenta que no terminaba de llegar. Una fina cortina de agua empapaba hasta los huesos a los transeúntes imprudentes. Y en una casa desvencijada, pequeña, con olor a humedad y suelo que crujía, un enorme hombre escribía en una pequeña libreta, a la luz eléctrica de una bombilla de bajo consumo que colgaba desnuda del techo. De pelo largo y oscuro, aunque ya con alguna cana, y nariz con aspecto de haberse partido, como si hubiera sido boxeador o se hubiera metido en bastantes peleas. La luz artificial, justo sobre el, iluminaba una habitación sencilla, pero vieja, con aire provisional. Una cama de matrimonio, de colcha verdosa y agujereada, y cabecera y pie de hierro, ya algo oxidado, descansaba en medio de la habitación, ocupando casi todo el espacio junto con un armario de madera maciza, de dos puertas, con uno de los tiradores rotos y una de las puertas que no cerraba bien. El resto de hueco libre, junto a la pequeña ventana de persianas rotas y cortinas mohosas, lo ocupaba una mesa y una silla, que hacían las veces de escritorio.


Allí estaba el enorme hombre, vestido con una simple camiseta gris y unos vaqueros desgastados. Miraba el papel escrito a mano que descansaba sobre la madera vieja. El ceño fruncido, remarcaba las sombras de sus ojos hundidos. Sus dedos, nudosos y ásperos, golpeaban rítmicamente el reposa brazos de su asiento, denotando su impaciencia. Volvió a leer el papel por enésima vez, cogiéndolo con la mano izquierda y frunciendo más el ceño. Gruño, lo dejo, se levantó, volvió a coger el papel y lo volvió a dejar.


-Increíble… - refunfuño para si. Comenzó a gesticular, alzando las manos y agitándolas a su alrededor, mientras paseaba en aquella pequeña habitación como un león enjaulado. -Después de… ¡y ahora van y…! - una serie de sonidos inconexos salió de su garganta, como si hubiera olvidado como hablar. Finalmente, soltó una exclamación de rabia contenida, frustración e impotencia, dejándose caer en la cama de matrimonio. Apunto estuvo el mueble de ceder bajo aquel peso repentino. Se tapó la cara con las manos y soltó un largo suspiro, dejando ir todo su mal genio y frustración - Pero tienen razón… - admitió para sí, sin descubrirse la cara.


Se echó hacia atrás, y apoyó la cabeza en la almohada, cerrando los ojos. Fuera comenzó a llover, y el sonido de las gotas repiqueteando contra el cristal le tranquilizó. Si. Tenían razón.
Con otro suspiro, se quitó los zapatos y, tal cual estaba, se metió entre las sabanas húmedas y frías. Tenia que descansar. Iban a ser unos días duros…


Tenía que encontrar un aprendiz.

Mientras la tormenta estallaba en la calle, empapandolo todo, iluminando el cielo de un antinatural naranja con sus relámpagos, y amenazando con llevarse volando cualquier cosa que no estuviera bien anclada al suelo, el hombre se fue quedando dormido. Cada vez más profundamente, con los truenos, la lluvia y el ulular del viento como nana.

En sueños vio un enorme lobo negro, con el que corría a la par por el bosque agitándose bajo la tempestad. Y sin despertar, sonrió.

domingo, 5 de enero de 2014

Resucitando

¿Hola? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Joder que de polvo y de mierda tiene esto... ¿Que ha estado haciendo la señora de la limpieza?

Bueno, si alguien sigue por ahí, vengo a decir que después de un año sin saber nada de nosotras, el blog vuelve a la carga. Aunque solo sea por mi parte, tengo intención de subir al menos relatos cortos... algunos relacionados con Las Cronicas de Eleriem (relato que también voy a retomar, tranquilos) Así, para empezar bien el 2014. Mi propósito de año nuevo, es subir al menos un relato corto una vez a la semana. Empezando esta que va a entrar. ¿Lo cumpliré? ¿Si? ¿no? Hagan sus apuestas, señores y señoras.