sábado, 18 de enero de 2014

El enfrentamiento.

Y aquí esta la razón por la que me detuve en ese punto el capitulo anterior. No estoy demasiado contenta de como me ha quedado... pero bueno. Hay que actualizar, y ya iré mejorando. Nota graciosa. El corrector me corrige "Abel" por "Apple".

Opiniones, comentarios, criticas y demás son bien recibidas. Si las dejáis, claro. Si no, no. 


Se detuvieron a la sombra, bajo el toldo de una tienda. Jesica se estiro y aprovecho para mirar los precios en los que los muchachos les alcanzaban. Abel espero tras ella pacientemente, cruzado de brazos. Como si todo fuera algo casual y normal. Dejó que sus perseguidores le rodearan, y cuando sacaron las navajas, se encaro con el que parecía mayor. Ni si quiera le llegaba al pecho.

-¡Eh tu! - le increpó el chico, sosteniendo la navaja con el brazo alargado hacia el. La adrenalina corría por sus venas, haciendo que le sudaran las manos. Su nerviosismo había estado creciendo mientras le seguían esperando su oportunidad, y ahora parecía apunto de estallar.

-¿Si? - respondió el enorme hombre con toda la calma del mundo, como si no estuviera rodeado de varios chicos armados y dispuestos a apuñalarle. O como si el hecho no fuera más relevante para el que un bicho del suelo.

-¡Danos la pasta! - le exigió el adolescente, agarrando con mas fuerza la navaja. Le cabreaba. Le cabreaba aquella mirada tranquila. Le cabreaba que no hubiera descruzado los brazos. Le cabreaba que no se alterara lo mas mínimo. Que pareciera que no le importase que le estuviera amenazando. - ¡Vamos! - le metió prisa. Le apuñalaría de todos modos. Lo decidió en un instante, manteniendo aquel duelo de miradas con toda su rabia.

-No - respondió Abel. Y eso enfureció aun mas a su atracador.

Odiaba a aquel tío. ¿¡Quien se creía hablándole así!? Como si fuera un crió que tiene una rabieta. Era un prepotente. Uno de esos que se creían que todo lo sabían, que podían juzgar todo lo que hacia y decía.

-¡Dame la pasta o te saco las tripas! - le espeto. Sus compañeros dudaron, un poco atemorizados por la situación. Ninguno de ellos tenía pensado realmente hacer daño a aquel hombre. Solo querían algo de pasta. Comprar alcohol, maría… esas cosas. Pero aquello parecía que iba en una dirección que daba miedo. - ¡Puedo hacerlo! ¡Y como soy menor no me harían nada, vejestorio!

-Tal y como sujetas la navaja, no creo que pudieras clavársela ni a un elefante.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Sin pensarlo dos veces, el chico se dejo llevar por la rabia y atacó, avanzando con la navaja por delante.

Abel le desarmo de un manotazo, y le agarró del otro brazo para impedir que se fuera al suelo tras chocar con el.
Se hizo el silencio. Sus compañeros, incrédulos, bajaron las armas lentamente, mientras su supuesta víctima les miraba interrogante. No con preocupación, si no simplemente con curiosidad. Como preguntándoles si iba a tener que hacer lo mismo con ellos, pero sin preocuparse realmente por si le atacaban. Podía con ellos. Algo dentro se lo decía cuando le miraron a los ojos. No podían enfrentarse a ese tipo. Simplemente estaba fuera de sus posibilidades.

-¡Eh! ¡Cobardes! - les acuso el muchacho que aún estaba sosteniendo a Abel - ¿Que estáis haciendo?

-Lo siento Raúl… - se disculpó el más joven, antes de guardarse la navaja y salir corriendo. El resto del grupo lo imitó, dejando a los tres a solas.

No se lo podía creer. Le habían dejado solo. Solo. ¡Cabrones! ¡Hijos de puta! Después de todo lo que había hecho por ellos, ¿así se lo pagaban? Se revolvió, intentando soltarse, pero aquel hombre tenía un agarre de acero. Sus dedos no iban a moverse.

-¡Suéltame! - le ordeno al enorme hombre, buscando frenéticamente su navaja. Le costo, pero la vio a varios metros, en el suelo. Lejos de su alcance.

-¿Quieres dejarte los dientes en el suelo? - pregunto Abel con tranquilidad, lanzandole una mirada severa. Después, miro a su acompañante, que le miraba con reproche. - ¿Que? - pregunto desconcertado.

-Eres increíble… - protestó la mujer con un mohin de disgusto - Te amenaza, te intenta robar, te ataca… ¿Y ni si quiera vas a darle una paliza? ¿O a joderle el cerebro?

Abel frunció el ceño, lanzandole una mirada molesta y enfadada.

-No - fue su respuesta seca y cortante.

Aquello era el colmo. No solo le juzgaba. No solo le humillaba. No solo hacia que sus compañeros le abandonaran. Encima, le ignoraba. Iba a matarle. Si tuviera una pistola, le dispararía ahora mismo a la cabeza. Hasta quedarse sin balas. Para dejarle muerto y bien muerto. Si solo tuviera un arma de verdad…

Parpadeo al darse cuenta de que le había soltado en cuando se había quedado quieto. Levanto la mirada, solo para ver que aquel tío le había dado la espalda. La rabia volvió a bullir en sus venas. Salto a por su navaja, con intenciones de atacarle por la espalda.

En cuanto sintió los dedos cerrarse entorno al metal sonrió, y embistió como un toro, usando toda su fuerza, pretendiendo clavar la navaja tanto como pudiera.
Se detuvo a media carrera.
La mujer, mas baja incluso que el, se le había puesto en medio. Sus ojos castaños tenían una mirada que le taladró el cerebro. No podía moverse. No podía gritar. Una presión cada vez más fuerte se dejaba sentir en el centro de su cerebro. En un segundo, la cabeza le iba a estallar. Ni si quiera podía preguntarse que pasaba. Solo sentir miedo y dolor, mientras el mundo entero desaparecía, desdibujándose.

Fue vagamente consciente de oír la grave y potente voz de bajo del hombre. Cuando se recuperó, estaba en el suelo de rodillas, con la mirada en el suelo, temblando y sudando. Y no había ni rastro de aquellas dos personas. Tragó saliva, mirando alrededor, aterrorizado como un crió. Tardó todo un minuto en lograr ponerse en pie, y otro más en emprender el viaje hacia su casa, confundido y desorientado.


Jesica caminaba encogida junto a Abel, con un brazo doblado contra el cuerpo, mirándole de cuando en cuando con miedo y sin atreverse a decir nada. Parecía que lo tuviera lesionado.  No tentaría mas a la suerte. No todos los días se podía ver a Abel Wood en acción. Y aún menos, contar que te habías enfrentado a el.


1 comentario:

  1. Sep, Abel me cae bien. Me lo imagino como un enorme perro, de estos que el pelo les tapa los ojos, tan pachorro y tranquilo, ignorando un chiguagua que no hace más que ladrarle. xD
    En cuanto a la escritura, tu calidad ha menguado un poco. Mirate eso. Quiza fuera que no eran buenas horas para la expresión. Pero vaya, la historia sigue molando.

    ResponderEliminar